El ‘peperoncino’: el oro rojo de Calabria

Foto di Jill Wellington da Pixabay

Que lo coma o no, todo el mundo conoce el peperoncino (pronunciado peperonchino) que literalmente significa pimentoncito; su sabor picante y fuerte ha conquistado paladares osados en todo el planeta. Si bien su origen no es europeo, sino precolombino, su nombre se asocia con Italia. Hay registro de su uso desde hace 9.000 años en las culturas Azteca, Maya e Inca en las cuales incluso se alzaba como una figura sagrada y hasta se usaba como moneda para intercambios comerciales. 

Colón lo trae al Viejo Mundo desde su primer viaje y lo denomina erróneamente pepe d’India (pimienta de la India); el nombre italiano actual se acuñaría a finales del 1900 y es una derivación de peperone que se estableció durante su introducción en Italia en el Renacimiento gracias a un poeta de la época.

Es importante recordar que peperone es pimentón y no se relaciona con el pepperoni norteamericano cuya historia puede profundizar en una entrega anterior.

¿Cuándo salta a Italia y adónde? La región madre y referencial del peperoncino es la soleada Calabria, en cuyas tierras se cultivan varios tipos, incluyendo el más picante; sus “padres” son los campesinos quienes lo adoptaron como sustituto de la pimienta cuyos elevados precios eran impagables por las clases más pobres. 

Paulatinamente va penetrando en los platos de las clases más pudientes y se erige como el oro rojo italiano; su consumo, aún en el sur de la Bota, se consolida en las demás regiones sureñas tales como la Sicilia, la Apulia y la Campania. Para llegar a las cocinas del norte aún toma bastante tiempo más; en la “biblia de la gastronomía italiana” escrita por el florentino Pellegrino Artusi (el “Scannone” italiano) * en 1891, no hay mención de él. En la actualidad, su uso en tierras norteñas no es tan arraigado como en las sureñas donde sigue siendo imprescindible.

En mi casa, en Venezuela, no se usaba, nunca vi a mi papá romañolo comerlo; a diferencia de mi nonno materno calabrés que los tenía frescos al lado del aceite de oliva, la sal y la pimienta: se lo esparcía a casi todo, especialmente al huevo frito que al comerlo, ¡las lágrimas le brotaban de lo picante que eran! Recuerdo de niña ver varios en un platito: eran unos lindos pimentoncitos de color rojo intenso que me aterrorizaban ya que me tenían amenazada (falsamente) con que me lo iban a pasar por el dedo que todavía chupaba.

 

Foto di Stefan da Pixabay

 

Ahora, querido lector, imagínese que usted, desde la entrega anterior, sigue en Italia específicamente en Calabria. Ya ha pasado unas vacaciones magníficas refrescándose en las playas de Pizzo y le provocó seguir explorando la tierra del oro rojo. Lo invito entonces a seguir por la costa del Mar Tirreno hacia el sur, hasta llegar a otra ciudad de playas maravillosas: Tropea (también escenario de felices veranos prebélicos de mi familia materna). Es tan hermoso, que en el 2021 fue elegido el pueblo más lindo de toda Italia en un concurso anual organizado por la RAI donde compiten pueblos antiguos de cada una de las regiones de la península.

Luego de visitarlo y llenar su espíritu de tanta belleza, lo ideal es que tome un minicrucero a las islas Eólicas para que lo siga colmando de innumerables tesoros. Son conocidas como las siete perlas del Mediterráneo, ¡así que juzgue usted si estoy exagerando o no! 

Tiene dos opciones, tomar un barco que lo lleve al archipiélago (ubicado al norte de Sicilia al suroeste de Tropea) y lo deje en alguna de las siete islas u otro que lo haga recorrer cada una de estas “perlas” que el Tirreno le ofrece. Navegue, vea los delfines, desembarque, visite y siéntese a comer en alguna trattoria: pida un buen vino siciliano y acompáñelo con algún plato repleto de peperoncino calabrés: por ejemplo puede escoger una pasta all’arrabiata (a la brava, en italiano) que, aunque sea un plato romano, está muy condimentado con el oro rojo. Pero como antipasto pida una ración contundente de Spianata calabrese que es un embutido de cerdo (de forma aplanada) aderezado con abundante pimienta y peperoncino. Coma, brinde y, al final, no olvide pedir más pan para hacer la scarpetta (recoger la salsa que sobra en el plato) ¿Es correcto o no? ¡¿Qué importa?! Si lo hace feliz, sí lo es.

Como anécdota le contaré que una vez estando en la isla de Lípari, ya por tomar el barco de regreso, me dirijo hacia un bar para pedir agua. Mientras me la servían, mi compañera de viaje y yo hablábamos en español y de repente el dueño del local me sorprende al preguntarme si somos venezolanas: el acento nos había delatado. ¡Resultó que el señor había vivido en Venezuela luego de la guerra y guardaba hermosos recuerdos de nuestro país! Saber que una de las 12.500 personas que viven en esa pequeña isla había engrosado la lista de los inmigrantes italianos en Venezuela es algo que no se olvida por más que pase el tiempo.

Cin cin, buon appetito e buona passeggiata!

A presto!


*Para profundizar sobre Pellegrino Artusi y su libro La ciencia en la cocina, remítase a una entrega anterior.

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