Andiamo a prendere un caffè?

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Querido lector, si usted ha ido a Italia y tiene amigos italianos que lo invitan a almorzar o a cenar en casa o en algún restaurante, seguramente ha oído esa pregunta una vez terminado el condumio. Usted, le guste o no esa bebida, diga que sí: se levantarán de la mesa y saldrán al café preferido de sus anfitriones. Si lo tienen cerca irán caminando si no, ¡tomarán el carro para dirigirse a él! Así de importante es el café para los italianos.

Este ritual resume todo lo que es la “italianidad” que consiste en sentarse a conversar con la familia y amigos en torno a una mesa repleta de tacitas blancas que contienen el oro negro de los italianos. En ese momento, el tiempo de ralentiza y todos entran en un trance de felicidad y de mindfulness que es vivir en el presente y en ese preciso instante: nada entorpece ese momento de bienestar, todos los problemas se olvidan. No hay duda, una visita a Italia sin experimentarlo es como no haberla hecho.

Obviamente, el caffè no es autóctono de la Bota: llegó en pleno Renacimiento desde Oriente, específicamente en el año 1570 de la mano de un padovano (oriundo de Padova – pronunciado “Pádova”, cercana a Venecia, al sureste)

La Serenissima, ciudad de los canales, góndolas y el carnaval, fue su puerta de entrada a Italia; inicialmente, se vendía en farmacias a un precio astronómico; por ende, solo las clases pudientes podían permitírselo. Paulatinamente, comenzó a masificarse gracias a la proliferación de lugares (bodegas) en los que la gente podía ir a degustarlo; esos precursores de los cafés tomaron tal relevancia que para los años 1700 ya Venecia contaba con más de 250. Luego, la bebida conquistó todo el territorio itálico y se convirtió en el emblema de la convivialidad italiana.

Pero ¿qué hace al café italiano el más rico del mundo? Principalmente dos aspectos:

Primero una excelente torrefacción de los granos, arte italiano transmitido de generación en generación: las semillas se deben tostar a altas temperaturas con el objeto de deshidratarlas y oxidarlas para así lograr su inflado y aligeramiento. De no usar la temperatura exacta, el gusto de la bebida será amargo y dejará un sabor desagradable en boca.

Segundo: el modo de preparación: bien sea en la Moka (nombre italiano para la Greca) o en la gran máquina que está presente en los cafés de todo el mundo cuyo apellido es generalmente itálico. La moledura es diferente para cada una de ellas: para la Moka debe ser más fino que para la máquina.

Todos estos aspectos muy cuidados hacen que el café italiano sea el mejor del mundo.

(Foto Foto di fancycrave1 da Pixabay)

 

Les contaré una anécdota que resume la importancia de dicha bebida en laPenínsula. Cuando voy a Italia paseo mucho con mis primos quienes siempre me invitan a un café a cualquier hora; antes o después de cualquier visita oigo el “andiamo a prendere un caffè?” y siempre los acompaño; sin embargo, debo admitir – con cierta vergüenza- que a mí no me gusta esa bebida ¡Oh, sacrilegio!

El “vicio” es tan fuerte que incluso tarde en la noche mi primo Marco ha manejado a alta velocidad para llegar al café de su preferencia antes de las 12 de la noche (hora de cierre) para degustarlo. El ritual es así: nos quedamos parados frente a la barra, el barista le da un vasito pequeño de agua que Marco lo toma de un solo golpe con el objeto de limpiar el paladar; luego se verá servir en una tacita blanca pequeña (especial para espresso) la preciada bebida. Luego de saborearla, se continuará el paseo nocturno.

Este ritual puede ser a cualquier hora: en el desayuno, un típico caffé e biscotti (olvídese de huevos revueltos con tocineta o carne mechada con arepas); luego a media mañana toca también una visita a la pastelería para tomarse otro acompañado de una pastina (un dulcito); posteriormente luego de la cena; y, si la movida nocturna es larga, otro antes del cierre de los cafés.

Bueno, sigo con la anécdota: una noche vamos al café y me animo a pedir un “venezolanísimo conlechito”. ¡Más vale que no! Fue una odisea explicarle al barista cómo prepararlo. Marco y yo le decíamos que tomara una tacita, le echara leche y luego un chorrito muy chiquitito de café. El pobre señor no entendía nada y tratando de complacerme preparaba una tacita tras otra y las desechaba porque no se acercaban a lo que yo quería. De repente, el barista se voltea y dice asqueado: ma quello non è caffè!… yo, apenada y consternada le contesté lasciate perdere! (olvídelo). En fin: 1 gol para el barista y 0 para mí.

Estimado lector, en sus paseos por parajes norteños o sureños de Italia, deténgase en algún cafecito acogedor para que deguste un café a la italiana: pero si le provoca un “con leche”, ¡cuidado! no se le ocurra pedir un caffé latte porque se verá servir un “tobo” de café: un vaso alto de vidrio con la bebida color marrón.

Olvídese del guayoyo, café con leche o marrón claros u oscuros, tetero, marroncito, “conlechito” … recuerde:¡eso no es café para los italianos!

A presto!

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