La Perspectiva Itinerante: Hacia una Mirada Perpleja de lo Social en Machuca

*Por María Fernanda Guevara Riera

Filósofa

Profesora-Investigadora

Centro de Investigación de la Comunicación

Universidad Católica Andrés Bello

Caracas, 31 de enero 2017

 

Vamos a ofrecer una lectura, una perspectiva hermenéutica de Machuca, entre tantas otras posibles con las cuales se puede abordar este filme chileno del 2004 escrito y dirigido por Andrés Wood. Esta lectura itinerante es mi ofrecimiento interpretativo para la última Jornada de “La Ciencia en el Cine de Ciencia Ficción” en su segunda edición, la cual fue organizada por el Centro de Investigación de la Comunicación de la UCAB de manos del profesor José Luis Pérez Quintero y de Andrea Chaneton, asistente de investigación del CIC.

La perspectiva hermenéutica revela, entre otras cosas, el propósito profundo de vencer una distancia, un alejamiento cultural, acercar algo a alguien para incorporar sentidos que suelen escurrírsenos. Lo hace a través de la hermenéutica o el arte de la interpretación. En palabras de Ricoeur: “(…) el discurso significante es hermeneia, es decir, ‘interpreta’ la realidad en la medida en que dice ‘algo de algo’; hay hermeneia porque la enunciación es una captura de lo real por medio de expresiones significantes, y no un extracto de supuestas impresiones provenientes de las cosas mismas” (1). La hermenéutica -nuestro método- le permite a un ser finito, temporal, como es el ser humano, comprender procesos igualmente finitos y temporales que, en principio, le son ajenos por distantes o ajenos por demasiado cercanos, lo cual se traduce en opacidad discursiva. Permite, pues, a un “buen intérprete” trasladarse de una vida a otra, de una dinámica histórica a otra. Sintéticamente, a la pregunta, “¿Cómo puede entender históricamente la historia un ser histórico?”, responde: “interpretando”.

Por lo pronto, consideramos que Machuca plantea la existencia de un “Chile elitesco”, con valores propios encarnados por los sectores más favorecidos de la sociedad y un “Chile alternativo” que se agrupa, sostiene y reconoce en el padecimiento de la exclusión social y nos referimos, específicamente, a los sectores marginados socialmente. A la luz de lo anterior y con miras a comprender el film y producir un texto sobre y para América Latina, vamos a aclarar qué estamos entendiendo por elitesco y qué estamos entendiendo por alternativo de forma tal de poder continuar con nuestro recorrido interpretativo.

Antes que nada enfatizo que considero que estamos en presencia de dos proyectos de sociedad, con valores socio-políticos y económicos propios a su universo conceptual que, a primeras luces, se oponen entre sí conduciendo en la práctica social a un enfrentamiento entre los sectores societales involucrados que se paga, como nos lo muestra el final de Machuca, con la vida. Socavar dicho antagonismo es nuestro norte al intentar deslastrarnos de la lógica binaria que sostiene los nombres con los cuales la sociedad se nombra proponiendo la “perspectiva itinerante” como aquella mirada sobre lo social que nos permitiría itinerar entre lo elitesco y lo alternativo para extraer de dicho viaje una mirada perpleja que busque construir nombres compartidos al traducir y negociar a ambos grupos; dichos nombres compartidos serían el preludio de miradas compartidas que nos integren como sociedad más allá de la lógica de los opuestos, de forma tal de disolver la oposición, en el caso del Chile de Machuca, entre el “Chile elitesco” y el “Chile alternativo”, a partir del reconocimiento del otro, porque hemos quebrado el poder de nombrar lo social, de nombrar lo político, de aquellos nombres que nos distancian entre nosotros al colocarnos en bandos opuestos. Estamos minados de esos nombres que nos etiquetan, dividen y contraponen: Pueblo vs. Élite, Norte vs. Sur, Barrio vs. Urbanización, Blancos vs. Negros, Blanco vs. Indígena, Negros vs. Indígenas, Mujeres vs. Hombres, Latinos vs. Europeos y, así, sucesivamente. Además de otorgar el valor de bueno o malo a uno de los componentes de cada pareja de nombres. No vamos a sostener que los “dos chiles” de Machuca sean inconmensurables, pues de esa manera estaríamos evadiendo de antemano el problema que queremos interpretar y justificaríamos el letal silencio que genera el orden represivo militar al final de la película: nada más lejano a nuestras intenciones. Si fuesen inconmensurables los “dos chiles” de Machuca no habría la posibilidad de perfilar un lenguaje en común y todo esfuerzo interpretativo resultaría vano. No habría espacio para la argumentación, traducción y el debate público tan necesario en aras de la recuperación de la conciencia nacional escindida que se trasluce en la pantalla a través de Machuca. Cada parte de la sociedad viviría “por su cuenta” y no se verían zonas de desagarre como aquellas vividas en los cuerpos y en las miradas de Gonzalo, Machuca y Silvana, en Father MacEnroe y en los adultos del film.

Se trata, entonces, de traducir, de negociar el lenguaje político que prefigura las prácticas políticas que emergen en nuestras ciudades a partir de dicho lenguaje, que configuran y determinan las formas en las cuales nos relacionamos entre nosotros cara a cara, que en el caso de Machuca divide y enfrenta haciendo un verdadero drama existencial, con consecuencias dolorosas para cada uno de ellos, la amistad y el cariño entre Gonzalo, Machuca y Silvana, los tres niños que encarnan en la película las dificultades que tenemos como sociedad de lograr una polis integrada gracias a un ideal compartido de sociedad que nos permita reconocernos como personas disminuyendo así el dolor existencial y social, a su vez, la amistad, risas y juegos de estos niños representan la posibilidad misma de elaboración y consecución de dicho ideal compartido: los personajes se resisten a ser cosificados, su amistad, sentimiento y dolor se fragua en la lucha contra la cosificación de la cual están siendo objetos; cosificación que se inicia y efectúa a partir de los nombres que las estructuras sociales y sus integrantes ponen en circulación, enfrentándolos, dividiéndolos.

No se trata de condenar en bloque o de alabar en bloque, se trata de acudir y aplicar el “arte del matiz” para extraer de cada sector o grupo aquellos nombres con los significados que podrían ennoblecernos socialmente y, a su vez, desechar aquellos que nos enturbian como sociedad y que contribuyen al enfrentamiento, exclusión o discriminación. Sólo así la lucha de Father McEnroe no generaría descontento y desconfianza entre los representantes del Colegio, entre los representantes de la sociedad, porque la misma sociedad entera se encargaría de fomentar, sostener y cultivar en el aula léxicos inclusivos con nuevas metáforas para nombrarnos que nos integren, que nos garanticen como sociedad una “educación igualitaria y profundamente democrática”; que integren a la polis a los sectores más desfavorecidos que se encuentran marginados, arrinconados y haría suya la lucha por ver concretados en la praxis los derechos sociales en todas sus formas. Nunca escucharíamos frases como: “¿Cuál es la idea de mezclar las peras con las manzanas?” De forma tal que no se vería en los rostros del desamparado a un enemigo que viene a enturbiar mis aulas de clase, no se vería en el rostro de mi amigo a un infiltrado si éste viene a visitarme a casa, no se vería en la caricia del que me gusta a un ser sospechoso que sólo busca engatusarme con sus modos de abordarme; los léxicos inclusivos nos incluyen, nos ayudan a reconocernos y hacen de nuestras diferencias virtudes de encuentro y no excusas para fomentar la exclusión y la discriminación intrasocietal. Estamos, entonces, en un universo ético-político y los léxicos están para velar por él: están para velar por el bien individual y colectivo que se fragua a partir del reconocimiento del otro.

En Machuca vemos un llamado para que realicemos una interpretación de la sociedad y de sus relaciones que parta del hombre concreto y no de las teorías, sean éstas socialistas o de derecha: teorías políticas que enarbolan verdades sobre lo político desdibujando lo irreductible de las relaciones humanas, su multiplicidad y densidad encarnada en las historias transversales; teorías que nos violentan al imposibilitarnos fraguar un espacio social compartido basado en el reconocimiento mutuo y en la negociación dialógica efectuada en el interior de lo social generando de esta forma “marginalidad intrasocial”. Es por ello que desde Machuca abogamos por la construcción de un léxico político inclusivo que nos permita dialogar nuestras diferencias y conflictos ingresando en una relación de paridad y no de dominación y abuso totalitario. Porque el problema está en que cuando las teorías políticas se consideran que tienen la verdad absoluta sobre lo que somos los seres humanos, creyéndose poseedoras de la verdad absoluta, éstas se creen con igual derecho también de imponer dicha verdad política con todos los medios a su disposición, sin importar la crueldad de sus acciones, produciendo formas de fascismo cada vez más actuales, de supresión de libertades y de actos despóticos y humillantes tanto de derechas como de izquierdas. Porque insisto, el reconocimiento del otro en su diferencia no está a la base del pensar ni de uno ni de otro, lo que trae como consecuencia la negación del hombre concreto y sus necesidades, careciendo entonces de un criterio ético regulativo que les indique hasta dónde alcanzan sus verdades y comienzan las del otro en lo social. A fin de cuentas, el pensar y por consecuencia las acciones que se originan a partir del mismo, no está dirigido a construir una polis sana gracias a una ética mínima compartida, sino, más bien, a resguardar a los unos contra los otros porque la noción de otro se ha borrado y lo que hay es un socialista o un fascista, un pobre o un rico. Nunca un otro, nunca un ciudadano, nunca un alguien que requiere de la civitas para desarrollarse en lo social.

Porque sostengo que no sólo hay muerte al final de Machuca, sino más bien, que hay muchas pequeñas muertes en la vida cotidiana de los personajes a lo largo de la película producto de dicha oposición entre un sector y otro a raíz del léxico que usan para relacionarse: me refiero a esas muertes simbólicas reflejadas en situaciones concretas que se gestan a partir del léxico político excluyente que usan los personajes para definir lo social, para asumir las relaciones que sostienen con el otro, para delimitar la polis que habitan; léxico político que refleja la imposibilidad que como sociedad tenemos de ver en el otro a un igual, de re-crearlo por encima de sus posiciones políticas, mermando así la categoría de persona que consentiría a la sociedad entera de elaborar un léxico inclusivo configurador de un ethos compartido que nos llevaría a reconocernos en sociedad en paridad de condiciones: dicho reconocimiento se vería plasmado en el intento constante por parte de los integrantes de la misma en eliminar las zonas de exclusión primero simbólicas, luego las zonas de exclusión materializadas en situaciones concretas.

Básicamente intento poner de relieve y analizar los “juegos de lenguaje” que ponemos en circulación en sociedades como la reflejada en Machuca más allá del momento histórico que pretende reflejar el film, a saber,  Santiago 1973, días previos al golpe militar de Augusto Pinochet. Porque a partir de los nombres y de las realidades que dichos nombres generan, vemos la producción y reproducción de ciertas prácticas culturales: si yo nombro al otro como un enemigo, como un opositor, como un marginal mi relación cultural con él en la praxis social será de negación, de enfrentamiento, de exclusión porque lo he negado, porque me he opuesto, porque lo he marginalizado previamente a nivel discursivo. Y los léxicos se encarnan en las personas, literalmente, se vuelven cuerpo, y forman parte de la vivencia del mismo: las palabras pertenecen al mundo del “cuerpo vivido”, ergo, vivo en y desde las palabras con las cuales me nombro y nombro al otro en lo social; me significo, me comprendo desde el sentido y orientación que me otorgan las palabras; los nombres que forman “mi léxico” regulan mis relaciones sociales y hacen que me conduzca, sienta y exprese de un modo o de otro. Vemos, entonces, que a la luz de dichos nombres se levantan instituciones y todas ellas viven de las razones retóricas que dichos nombres esgrimen. Así, y siguiendo con la ilustración anterior, dichas razones nos indican y señalan el lugar y el cómo debe ser tratado ese enemigo, ese opositor, ese marginal que dejó de ser otro para convertirse en Lo Otro.

Así que el “Chile elitesco” que vemos reflejado en Machuca muestra a las clases pudientes arropadas por todos los beneficios sociales de educación, trabajo, alimentación, salud, vivienda y ocio seguros a pesar de vivir un momento de agitada convulsión política. Mientras que el “Chile alternativo” está representado por los niños que Father McEnroe trae al Colegio con miras a sensibilizar a los sectores pudientes, a los niños que alberga en sus aulas con el fin de crear un encuentro que se trasluzca en una búsqueda compartida de sociedad. Estos niños del “Chile alternativo” padecen la negación de los derechos sociales fundamentales; a su vez, vemos en los niños y en los adultos del “Chile elitesco” el quiebre en su sensibilidad afectiva, en su razón sintiente por no cultivar el encuentro con el otro. Pero se encuentra Chile en Machuca, se encuentra la sociedad chilena en Machuca, nos encontramos nosotros, en la mirada de encuentro entre Gonzalo y Machuca, entre Gonzalo, Machuca y Silvana: esa magia, esa resistencia, ese fuerza vital, ese instante que les permitió reconocerse más allá de las etiquetas sociales, más allá de los nombres políticos que los han separado en clases opuestas negadoras del otro en lo social, más allá de las marcas sociales que han intentado disecar sus cuerpos edificando una sociedad dividida que ha dividido a través de sus muros lingüísticos a sus integrantes. Los niños son ese porvenir, significa que podemos hacer venir a nuestras sociedades nombres que nos integren acercándonos, podemos crear palabras que en vez de muros sean puentes para arribar al otro; y es allí en donde la apuesta es por la educación: nuestras aulas y lo que hacemos desde ellas es fundamental.

Es allí en donde se cultiva y se crean prioritariamente nuevos léxicos inclusivos con sus respectivas prácticas; prácticas que serán puestas en circulación, posteriormente, en la sociedad: en Machuca tenemos el baño en la piscina del Colegio en donde Father MacEnroe llama a respetarse los unos a los otros, tenemos el cultivo de la tierra y la cría de animales en conjunto para tratar de superar realidades como las siguientes: “cuándo has visto que un blanco sea amigo de un indio?, “Ud. Padre los está mezclando con gente que no tienen por qué conocer”, “Machuca tu vas a seguir limpiando baños mientras tu amigo será el dueño de la compañía de papi” o “los culpables somos siempre los mismos”. Frente al “Chile elitesco” y al “Chile alternativo” que nos muestra Machuca afirmamos que no puede ser beneficio de una élite el tener perspectivas de porvenir en donde los anhelos más propios como seres sociales se puedan cultivar y realizar; no puede ser alternativo en una sociedad el defendernos de las formas de opresión y negación de los derechos fundamentales: lo anterior nos compete a todos por igual, ni es elitesco ni pueden ser alternativos los derechos sociales. Nuestras perspectivas de porvenir se realizan y cultivan como sociedad a partir del desarrollo de los derechos sociales fundamentales al trabajo, educación, salud, vivienda y armonía afectiva que todos los integrantes de una polis tenemos derecho a cumplir de facto. Es por ello que es una falsa oposición la que se gesta a partir de los nombres que nos nombran como dos sectores en la sociedad opuestos entre sí, enfrentándonos entre ellos y nosotros, entre nosotros y aquellos, entre aquellos y ellos; es una falsa oposición porque somos uno: somos una sociedad, una polis. Nos enfrentamos entre nosotros debido a los nombres que nos ponemos para diferenciarnos y separarnos, en donde dicha diferencia y separación se traduce en marginación del otro y no en coexistencia plural facilitando el ingreso de formas sociales represivas y antidemocráticas. Porque, entre otras cosas, aquellos que no pretenden la edificación de una polis sana se valen de dichos nombres, con las respectivas prácticas en las cuales se encarnan, para proseguir fines que merman la convivencia pacífica y solidaria necesaria para la edificación y mantenimiento de proyectos de vida a largo plazo que todos tenemos derecho a perseguir, con nefastas consecuencias en la vida material, afectiva y simbólica de cada uno de nosotros. Consecuencias nefastas como en Machuca en donde el dolor existencial y social se refleja en los ojos de María Luisa, la madre de Gonzalo, al “lograr” cada vez la caja de comida que lleva a casa después de “visitar” a su “amigo” Ricardo; consecuencias nefastas en la mirada desorientada de la madre de Silvana cuando el pan es escaso y la leche para amamantar también; consecuencias nefastas cuando un juego de niños en el Colegio se transforma y vive como bullying escolar reproduciendo el enfrentamiento social; y, finalmente, consecuencias nefastas cuando los espacios de Santiago no son vividos como los espacios de la ciudad de Gonzalo, Machuca y Silvana porque su ciudad se encuentra guettizada y ellos transitan como parias en las fisuras de la misma, con el debido temor por sus vidas y con el debido espanto a ser descubiertos por el poder carcelario de la verdad sociopolítica que si los descubriera procedería a reubicarlos, llevándolos al barrio donde “pertenecen”, separándolos, porque a fin de cuentas, su ciudad, su polis, no les pertenece. Todo lo anterior porque como polis estamos divididos y no compartimos un ethos sino que sobrevivimos excluidos dentro de él, calcando la prisión y el manicomio que denuncia Foucault, en donde la persona y su universo ético compartido se han desdibujado.

¿Por qué necesariamente tenemos que estar divididos para construir una sociedad? Somos uno y basta con no olvidar el norte social, a saber, que todos tenemos derecho porque todos somos iguales y la igualdad no se logra a expensas de un igual, se construye en el día a día entre nosotros mismos, igualándonos en los espacios porque nos formamos y trabajamos para ello en libertad. La libertad política radica en construir esos espacios en la polis en donde nuestras diferencias no sean negadoras del otro y nos permitan plasmar y edificar dicha igualdad. La libertad es un producto como lo son las formas sociales que la realizan y no existen modos de realización de la libertad cuando niego al otro. El progreso de la libertad en nuestras sociedades dista de ser uniforme mas eso no justifica, en palabras de Carrera Damas, el uso de la violencia simbólica y material como factor de evolución social (2).

El dolor existencial y social que vemos reflejado en Machuca da para pensar: las verdades socio-políticas se ofrecen, no se imponen, porque al hacerlo, negamos al otro. Negamos la construcción de una mirada solícita en lo social que se gesta a partir del léxico que empleamos para reconocernos, requisito previo para la construcción de una sociedad demócrata inclusiva, dispuesta a velar por el potencial humano al resguardarlo de todas las formas de agresión que se visten de verdades históricas, sean éstas políticas, sociales, económicas o jurídicas; verdades que sólo unos pueden ver y, a fin de cuentas, todos padecer.

Hemos titulado nuestra intervención “La Perspectiva Itinerante: Hacia una Mirada Perpleja de lo Social en MACHUCA”. Precisemos entonces los supuestos de la lectura que hemos ofrecido el día de hoy: reconocer que la realidad la construimos y perfilamos en gran parte a partir de los nombres que nos damos ha sido nuestro principal aporte. No existe ontología dura, ni una verdad de la cosa que se enuncia desde sí misma, ni una filosofía de la historia que nos demuestre el curso de la misma: tenemos, más bien, a hombres concretos poniendo en circulación narraciones, fabulaciones o metáforas con las cuales comprenderse a sí mismos y a su lugar en lo social. Es por ello que le damos tanta importancia a la retórica y al itinerar entre realidades textuales. Cuando aludimos a la retórica no nos referimos a la capacidad de maniobra o manipulación de un discurso, a esa la llamamos “mala retórica”, más bien, entendemos por retórica al universo lingüístico propio que poseemos las personas para comunicarnos y es por ello que abogamos por una ética retórica. No se puede decir cualquier cosa del otro y de lo social, a menos que la palabra sea sólo una excusa para el posterior uso indiscriminado de la violencia sobre el otro. La palabra es cultura y ésta no está para argumentar las supuestas razones del ejercicio de la violencia; la palabra es cultura, aquella real y efectiva que se torna en pauta de conducta al vencer la distancia que nos podría separar entre nosotros creando los muros del silencio o el estruendo de las balas como realidades sociales; la palabra es cultura, aquella que orienta y sana y que se encuentra sustentada en el reconocimiento de la alteridad y en nuestra inherente intersubjetividad. La palabra trastoca el cuadro de los poderes, se instala en la tensión que produce los juegos del poder, en esa misma tensión que es el poder. La retórica es el ámbito de la palabra, de la negociación, del concurso de la razón con miras a construir nuestro mundo con los otros y no a expensas del otro, un mundo mejor con respecto al pasado ya acontecido. Allende a las cosas y a la naturaleza, es la construcción de nuestro mundo, el mundo de la polis, nuestra mayor responsabilidad gracias a la cual, por cierto, las cosas y la naturaleza cobran un sentido. Y requerimos de la perplejidad, el no estar tan convencidos del cómo se resuelven los problemas sociales para alcanzar no sólo mi mundo sino un mundo con los otros, un mundo promisorio para todos. Cuando esto acontece, cuando alguien está plenamente convencido de una verdad sin el concurso del otro, lo que cree en el fondo es que las verdades sobre lo social, sobre las relaciones sociales, son conceptos matemáticos de evidencia objetiva que no requieren de la puesta en escena discursiva para verificarse como tales. La perplejidad, el no estar absolutamente seguros, nos lleva a buscar al otro, a sopesar y escuchar sus opiniones, a propiciar el encuentro de la palabra dialógica y poblada del otro, a traducir y negociar salidas compartidas; lo anterior sin perder nunca el norte, a saber, que nuestro quehacer dialógico contribuya efectivamente a disminuir los males sociales que nos aquejan como sociedad porque el dolor del otro nos ha acercado, es también mi dolor, y nuestro fin como sociedad es erradicarlo. Demasiados convencidos están en Machuca los unos contra los otros, de la verdad absoluta de unos contra los otros, perdiendo el norte de la polis, a saber, que lo que se trata es de estar los unos con los otros: esto lo padecen tanto los niños como los adultos en el film y es sobre lo cual trata de intervenir Father MacEnroe. Se trata de encontrarnos en la sociedad como se encuentran Gonzalo, Machuca y Silvana en esos mágicos instantes que no perduran a causa de la escisión social que los léxicos sostienen y que por supuesto ellos tienen encarnados en sus cuerpos.

Se trata, entonces, de que el encontrarnos como sociedad no sean tan solo unos instantes mágicos que al fin y al cabo perecen o quedan en el recuerdo fugaz de algo que pudo ser, que no sean tan solo causas aisladas de voluntarismos de unos pocos, que no sean tan solo anhelo de poetas, soñadores, románticos o filósofos, sino que sean proyectos culturales de encuentro en donde la sociedad entera cultive a corto, mediano y largo plazo todos los discursos necesarios para superar una polis enferma a causa de la negación que hacemos en la práctica del otro; proyectos culturales de encuentro en donde valores como la reciprocidad, el reconocimiento mutuo y el trabajo compartido sean competencia de todos los miembros de la sociedad y consideramos que dicho cultivo se cultiva, siembra y labra prioritariamente para nosotros en y desde las aulas de clase. Gracias a lo que hacemos en ella, luego la sociedad en todas sus esferas discursivas desarrollará el ideal compartido de sociedad que requerimos para que Machuca con el dolor existencial y social que nos ha transmitido no se reproduzca en una polis.

La justicia social, las reivindicaciones sociales, los derechos sociales no se alcanzan promoviendo escisión social en la polis ni justificando la negación del otro porque el hambre social se gesta también en y desde el hambre simbólica que padecemos como sociedad al no tener las palabras adecuadas para nombrarnos, para designarnos; palabras con las cuales alimentarnos y que nutran con metáforas enriquecedoras nuestra habla cotidiana; palabras para discurrir y ofrecer y no palabras para militar e imponer. Me refiero a cultivar en nuestras aulas valores afirmativos y no valores del resentimiento, valores que nos robustezcan como sociedad y que no nos debiliten al promover léxicos excluyentes en donde el otro se transforma en un enemigo al cual nos hemos de enfrentar o, en el mejor de los casos, del cual nos tenemos que proteger. Debemos como sociedad cultivar confianza en vez de promover vigilancia porque la dimensión ético-política de una polis sana se basa en la posibilidad efectiva que tienen sus integrantes de confiar en la palabra del otro, en el gesto y en la actitud del otro, de contar los unos con los otros en los múltiples espacios de configuración y desarrollo de lo social; de no sospechar del otro, ni de acecharnos ni de perseguirnos, sino de compartir espacios comunes en donde se edifique la sociedad demócrata inclusiva de todos y para todos y eso se logra compartiendo un léxico inclusivo que nos incluya gracias a los valores de reconocimiento intersubjetivo que tenemos a la base de nuestro discurrir. Dicho reconocimiento intersubjetivo garantiza la dimensión ética de la polis sin la cual las relaciones sociales nunca serán de paridad, ni de igualdad, ni de respeto mutuo, valores indispensables para que la confianza germine y con ella la palabra dialógica.

Gonzalo, Machuca y Silvana; Father MacEnroe y los adultos del film viven en sus cuerpos los desgarres de una sociedad desgarrada. Father MacEnroe y su apuesta por la educación nos invita a comprendernos desde un léxico inclusivo en donde la dimensión humana que compartimos no desaparezca convirtiendo a las verdades políticas en maquinarias de sangre y enfrentamiento social. Gonzalo, Machuca y Silvana, los niños del film y su resistencia a ser encarcelados dentro de una polis excluyente nos muestran la posibilidad y la apuesta que como sociedad tenemos que hacer itinerando, manteniéndonos perplejos y con auténtica voluntad de escucha entre nosotros para otorgarnos un porvenir. Los adultos del film padecen y están llamados a trabajarse a sí mismos, a trabajar los léxicos encarnados que los separan de la dimensión de la persona humana que habita en ellos y que requiere plasmarse en sociedad. Es una apuesta y la educación y todas las instituciones democráticas que se erigen a partir de ella deben tener la vida puesta en ello; la vida puesta en construir una mirada perpleja de lo social que diluya la lógica binaria y promueva el encuentro con el otro en todas sus formas y dimensiones.

Las dulces caricias del padre de Silvana a su hija recién asesinada, las lágrimas de Gonzalo observando con una lejanía cercana la escena de atropello de los militares contra los familiares de Silvana y Machuca, la mirada petrificada de Machuca con un llanto silencioso ante la muerte de Silvana, los gritos de la madre de Machuca con la hermanita de éste en brazos nos muestran que la posibilidad de la pacificación social, de la integración y del reconocimiento intersubjetivo, no transita jamás, nunca y bajo ninguna circunstancia por los caminos de las balas, por los caminos de la represión militar.

Muchas gracias.


Referencias bibliográficas:

  • RICOEUR, P., El conflicto de las interpretaciones. México, F.C.E., 2003, p.10.
  • CARRERA DAMAS, G; “Hipótesis sobre historia, libertad y Violencia” en Temas de Historia social y de las ideas: Estudios y conferencias. (UCAB:2013).

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