¿Venezuela Moderna vs. Venezuela Profunda?

 

*Por María Fernanda Guevara Riera

Filósofa

 

Analizar la modernidad como un modo de vivir y no solamente como un fenómeno del industrialismo, del capitalismo y de la racionalización de la técnica supone para nosotros aplicar también la reflexión crítica a nuestro modo de vivir con el fin de dar razones a nuestras elecciones, a lo que queremos ser en sociedad. La reflexión que hoy realizamos sobre nosotros mismos la hacemos desde y en una Venezuela erosionada por los problemas sociales, económicos y políticos; desde y en una Venezuela debilitada por el enfrentamiento, por la polarización, por las muertes físicas y sociales que presenciamos día a día; desde y en un Venezuela herida por el dolor de vivir en nuestros cuerpos la fractura de un tejido social que está mermando cada día más todas nuestras posibilidades de trabajar por una vida digna y en paz ciudadana. Reflexiono hoy sobre Venezuela con el rostro de dolor de mis estudiantes, de mis vecinos, de mis allegados, de los transeúntes del Metro de Caracas con los cuales me topo día a día; rostros de dolor que llevan consigo la pregunta del por qué de todo esto? Del por qué de tanta hambre, miseria, futuros cerrados, vidas acabadas y muertes… ¿Por qué?

A la luz del título de nuestro artículo, y sin ánimos de dar una respuesta cerrada y absoluta a nuestros por qué, nos aventuramos a pensar y a donar una lectura más, entre muchas otras posibles, de lo que nos está aconteciendo hoy día a todos los venezolanos en Venezuela y el mundo.

 

A primeras luces, tenemos que el proyecto moderno se encuentra en Venezuela en lo que podríamos llamar la “Venezuela Moderna” con los valores propios de la modernidad y, a su vez, que el proyecto alternativo o subalterno se encarna en la Revolución Bolivariana y se sostiene, al menos teóricamente y en principio –más allá de los oficialistas aferrados al poder- en una “Venezuela Profunda” que apela a los valores de la identidad cultural del “ser venezolano”. Para enfatizar aún más, el proyecto alternativo o subalterno considera, al menos de entrada, que los males sociales y económicos de nuestra Nación provienen de la imposición autoritaria y engañosa de la “Venezuela Moderna” y sus valores foráneos sobre la “Venezuela Profunda” y sus valores auténticamente venezolanos.

Así, en un principio y desde la plataforma oficialista se afirma que quien encarna la auténtica identidad venezolana, del “ser venezolano”, es el pueblo que se encuentra para ellos exclusivamente enraizado en la “Venezuela Profunda” y que quienes se encargan de encubrir el ser venezolano y/o sus raíces latinoamericanas son las élites representadas por la “Venezuela Moderna”. En esta dirección, nos explican que las élites abandonan su “ser venezolano” por intereses económicos, por poder, para beneficiarse.

Tomando distancia de lo anterior y con la pretensión de comprender el fenómeno social afirmamos que estamos en presencia de dos proyectos civilizatorios distintos que se sustentan en valores diversos: el proyecto moderno que erige la modernidad de la “Venezuela Moderna” tiene valores distintos al proyecto alterno o subalterno que sostiene a la “Venezuela Profunda”. Los valores configuran identidades, por lo tanto, pareciera ser que estamos en presencia de dos nociones de identidad distintas y contrapuestas entre sí que confluyen en un mismo suelo. Veamos nuestro recorrido para dar una mirada comprensiva al dolor por el que estamos pasando todos los venezolanos, una mirada que va más allá de esta supuesta separación entre la “Venezuela Moderna” y la “Venezuela Profunda” y sus valores contradictorios porque a estas alturas cabe la pena preguntarse, ¿cuáles son los auténticos valores del venezolano y cómo y quiénes lo determinan?

Así, la “Venezuela moderna” actúa bajo el modelo científico-productivo del proyecto moderno, el cual considera que el trabajo está dirigido a aportar orden, progreso y desarrollo al entorno. La abstracción y la superación de las relaciones personales a través de las instituciones es fundamental para el éxito del mismo. Esto implica eliminar de la cultura aquellos aspectos que van en contra de la racionalidad occidental para garantizar, en los diferentes planos de la sociedad, la modernización y la construcción de una polis sana. La “Venezuela Profunda” apela, en cambio, a lo “verdadero”, a aquello que nos conecta con las fuerzas telúricas de la naturaleza. Resaltan el apego a esta tierra el cual resulta de una relación con la historia de valores y símbolos patrios y de raíces culturales que sólo ellos saben su significado “verdadero” y único. Uno de los aportes principales de esta propuesta es la preeminencia de las relaciones personales y el considerar la abstracción una violencia. Se trata de una “Venezuela Profunda”, porque además de “verdadera”, ha sido oprimida por el “barniz” de modernidad (lo superficial) que ha tenido que padecer por la relación de las élites con proyectos civilizatorios provenientes del extranjero.

Según una primera lectura, y como se desprende de lo desarrollado, conviven de forma poco armoniosa en Venezuela dos proyectos civilizatorios provenientes de dos concepciones de identidad distintas: por un lado la “Venezuela Moderna” que considera que el conocimiento científico aporta luces para el desarrollo y, por otra, la “Venezuela Profunda” que juzga que la identidad cultural debe ser preservada porque es la que va a garantizar el bienestar de la Nación.

 

Sacudiendo el tablero, aportamos una segunda lectura que merece ser extendida en otras entregas. Aportamos esta segunda lectura para contrarrestar el dolor por el que estamos pasando todos los venezolanos más allá de la estéril confrontación entre la Venezuela Moderna y la Venezuela Profunda: es ingenuo y torpe considerar a las identidades de forma esencial y monolítica, como el espejo enterrado de Carlos Fuentes. Es ingenuo y torpe considerar que nuestro ser venezolano se diluye al enriquecernos con categorías modernas, como si de entrada, no fuésemos también modernos. Es ingenuo y torpe pensar que no podemos apropiarnos de nuestras tradiciones y enriquecerlas con el contacto con otras. Es ingenuo y torpe pensar que las élites y el pueblo estén separados, escindidos por una raya o quiebre que sólo unos pueden ver y determinar. No existe tal escisión en nosotros.

Todos los venezolanos hemos diluido en nuestra práctica social diaria las fronteras entre lo culto y lo popular, entre lo autóctono y lo foráneo, entre el pueblo y la élite gracias a las condiciones creadas por la globalización, por la democracia; condiciones que nos han permitido la movilización social, que han premiado el esfuerzo y el mérito a través del cultivo de los estudios; que nos han llevado a escuchar tanto la salsa como el reggeatón, el vallenato, el vals, el rock o la música barroca; que nos han llevado a disfrutar de la pintura, la escultura, la literatura y las artes en general más allá de si son una manifestación folklórica o producto del imperio; que nos han llevado a disfrutar de una arepa con carne mechada y queso amarillo, de un plato de pasta o risotto, de un chupe de pollo, de una paella o tortilla sin prescindir o privilegiar dichos platos en función de lo propio o lo impropio de los mismos; que nos han llevado a compartir con los amigos un whisky, un ron, una chicha, un vino, una pepsi, un papelón criollo o un campari sin considerarlas mejores o peores bebidas debido a sus orígenes o países de procedencia.

Todos los venezolanos nos hemos enriquecido al ser puerto de entrada cultural en América Latina; puerto de acogida que recibió durante toda su historia a millares de inmigrantes que vinieron a enriquecer nuestras tradiciones, nuestro ser venezolano en continua configuración y movimiento, generando valores como la solidaridad y el respeto por el otro que construyen Humanidad; humanidad que sí debe pertenecer a toda identidad por encima de sus particularidades y diferencias.

Es ingenuo, torpe, irresponsable y antidemocrático pensar que nuestra identidad venezolana se gesta negando la relación con el otro y con sus diferencias culturales.

 

Se trata, entonces, más allá de la estéril contraposición entre “Venezuela Moderna” vs. “Venezuela Profunda”, de alcanzar como venezolanos, como ciudadanos del mundo, una identidad auténticamente demócrata para que el hambre y la injusticia social no sean constitutivos de nuestra cultura. Porque los problemas no resueltos de nuestra identidad cultural, que nos llevan también a tener modelos civilizatorios contrapuestos en la actualidad, se traducen en pobreza para todos, en falta de una gobernabilidad efectiva para nuestra nación. Porque cuando de identidad cultural se habla, la pretensión no es de universalizar convicciones culturales, sino de reconocer en las diferencias del otro a cada uno de nosotros con el fin de dialogar auténticamente. Si se desconoce al otro en su diferencia estamos impidiendo la posibilidad de un encuentro de lo diverso en un mismo territorio lo que trae como consecuencia inmediata la imposibilidad de convivir pacíficamente.

Reconocer al otro como un igual en nuestra Venezuela herida de hoy implica promover la cultura de la vida a través de la eficiencia de las instituciones que presten servicio a la diversidad cultural, a todos los venezolanos por igual, y no de instituciones que promuevan la cultura de la muerte porque niegan el acceso a muchos venezolanos a sus servicios porque éstos no poseen un carnet de la patria o una afiliación al partido de Gobierno. Se trataría de aceptar las diferencias culturales que no entren en contradicción con los valores modernos respetuosos de la alteridad y de construir espacios mínimos de encuentro, no de desencuentros y frustraciones que se traducen en hambre, violencia y corrupción; que se materializan en las muertes de nuestros niños desnutridos, de nuestros hombres, mujeres, ancianos y enfermos sin medicinas, sin hospitales, sin alimentos ni viviendas.

Nos toca a todos los venezolanos construir una morada en donde se celebre la vida y en donde no se planifique desde la cultura de la muerte. Porque se están muriendo física, social y existencialmente muchos venezolanos por todo el dolor que estamos padeciendo día a día. Se requiere de una cultura que promueva el encuentro con el otro y sus diferencias y de un Gobierno auténticamente demócrata que suscite y posibilite a través de todas sus instituciones la reconstrucción de nuestro tejido social.

 

No existe una Venezuela Moderna vs. una Venezuela Profunda con valores identitarios contrapuestos, existimos los venezolanos todos, los habitantes todos de Venezuela que día a día sufrimos las miserias de la corrupción de un Gobierno que nos ha separado, haciéndonos ver entre nosotros como grupos sociales opuestos de dos venezuelas enfrentadas entre sí. Enfatizo que existimos todos los venezolanos, no unos más que otros, que nos tenemos que poner de acuerdo sobre el camino social a seguir; existimos los habitantes todos de Venezuela que debemos ponernos de acuerdo para cesar el atropello del cual estamos siendo objeto por un pensamiento único que se niega a escuchar las razones del otro y que lanza a mansalva bombas lacrimógenas contra su gente, contra sus estudiantes, contra sus mujeres, contra sus hombres, contra sus ancianos causando, una vez más, la muerte.

Nuestro más sentido pésame a las madres, a los padres, a todos los familiares y allegados de los caídos que han perdido la vida marchando por el restablecimiento de la democracia en nuestro país. Como venezolanos estamos todos adoloridos por los heridos, maltratados, atropellados y vejados y con todas nuestras fuerzas seguimos apostando por una Venezuela unida y esperanzada en donde la cultura de la vida nos asegure un futuro próspero como nación.

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