Habitar en la Modernidad Crítica

*Por María Fernanda Guevara Riera

Filósofa

@fguevarariera

Comprender la historia como el progreso continuo de la razón pertenece al ideal moderno que se comienza a gestar en el siglo XV al XVIII y que llega hasta nuestros días con sus debidos matices: las luces de la razón, del logos, configuran el centro del pensamiento occidental. Así, el moderno ilustrado inicial se cultiva mediante la educación formal con el fin de mostrar la capacidad infinita del progreso técnico-científico a manos de la racionalidad del hombre, gracias a la cual, éste se va a liberar de sus necesidades físicas básicas de supervivencia y, a la vez, va a enriquecer y a refinar sus necesidades espirituales.

El Estado-Nación es la figura estelar de la política moderna y la democracia liberal será el sistema de gobierno edificado para garantizar el desarrollo de dicho sujeto racional, convertido en individuo liberal. Tenemos, entonces, que la modernidad, como proyecto cultural, está conformada y sustentada en las ciencias -duras y humanísticas-, en la confianza infinita en los poderes seculares de la razón.

“Los modernistas tienen la conciencia tranquila: aportan la luz al seno de las tinieblas y confían en la bondad natural de los hombres, en su capacidad de crear instituciones racionales y sobre todo, en su interés, que les impide destruirse y los lleva a tolerar y a respetar la libertad de cada cual. Este universo progresa por sus propios medios, por la conquista de la razón. La sociedad no es más que el conjunto de los efectos producidos por el progreso del conocimiento. Abundancia, libertad y felicidad avanzan juntas porque son producidas por la aplicación de la razón a todos los aspectos de la existencia humana”. (1)

 

 

Es por ello que las creencias religiosas se repliegan en la vida privada y la actividad intelectual debe socavar las bases mágicas de las creencias tanto políticas como religiosas. En su vertiente inicial y clásica la modernidad, como proyecto emancipatorio, se concibió a sí misma como aquella herramienta occidental capaz no sólo de aplicar una técnica para la transformación de la naturaleza, sino como aquella capaz de transmutar una sociedad premoderna, es decir, mágica, en una “sociedad racional, en la cual la razón rige no sólo la actividad científica y técnica sino el gobierno de los hombres y la administración de las cosas”. (2) El individuo liberado, el sujeto liberal, es la expresión por excelencia de la emancipación de los dogmas de las tradiciones con T mayúscula y esto se logra sólo gracias al cultivo de la razón.

 

En otro sentido, cotidianamente se confunde modernidad con modernización. Cuando aplicamos los ideales modernos y los concretamos transformando nuestro entorno hablamos de modernización. Ésta última es fruto de la aplicación de la modernidad, es decir, la modernización para que sea tal debe estar sustentada por las convicciones filosóficas expuestas anteriormente. Claro que se puede tener la tecnología sin el desarrollo coherente del proyecto moderno pero, en la práctica, ésta se vuelve inoperante porque es usada o “interpretada” para otros fines diversos a los que fue creada. No sólo la tecnología se vuelve inoperante sino que se torna hasta perjudicial en los países que la adquieren sin haber desarrollado en el seno de sus culturas los ideales modernos, prevaleciendo en su práctica social las “interpretaciones” de los “usos” del artefacto tecnológico. Lo anterior supone que cada cultura -si desea desarrollar en sus sociedades los beneficios de la modernidad occidental- debe hacer necesariamente una revisión de sus usos e interpretaciones culturales a la luz del cultivo de la razón universalista.

Si esto es así, la modernidad no se reduce a la modernización. Consideramos más bien, que el carácter distorsionado del proyecto moderno se genera cuando en la práctica negamos las virtudes políticas de la modernidad y perseguimos la mera modernización para nuestras sociedades: muchas autopistas, semáforos y aeropuertos que al cabo de unos años no sirven porque se han deteriorado con el uso distorsionado que hacemos de los mismos al interpretarlos para nuestro beneficio particular y no para el beneficio racional del bien común. Así, la dialéctica de la modernidad es dinámica porque exige la relación constante de los ideales modernos y su puesta en práctica: estudio para formarme racionalmente y, a la vez, me conduzco como tal en todas las esferas, sólo así soy moderno. Si no cumplimos con lo anterior no somos sujetos modernos liberales –liberados- porque estamos aprisionados y padecemos en nuestro ser nuestras propias contradicciones causando efectos negativos tanto para nosotros mismos como para la sociedad.

Ahora bien, es propio del orden moderno la re-flexión sobre sí, permitiendo la revisión e intervención en la realidad para que los valores modernos políticos no se tergiversen. Este es un punto sumamente importante porque la modernidad no se traiciona a sí misma sólo si no se “olvidaque la vertiente económica de la modernidad, aquella que permite la modernización, no puede ni debe estar desligada de la vertiente política, base de la institucionalidad y la legitimidad de este proyecto cultural. Cuando se disocian los ideales políticos de la economía favoreciendo las brechas entre uno y otro, hablamos de crisis de la modernidad porque esto significa:

“la desaparición de todo control holista de la actividad económica, la independencia de ésta respecto de los propios objetivos del poder político o religioso y de los efectos de las tradiciones y de los privilegios”. (3)

 

Así que habitar en la modernidad crítica implica re-flexionar y revisar el proyecto moderno siglos después de su creación y puesta en marcha. Consiste revisar el ideal y la práctica en tanto proyecto político y económico. Esto es así, porque estamos frente a muchos problemas individuales y colectivos que la formulación del ideal ilustrado no esperaba desarrollar en lo concreto. La revisión del proyecto moderno se da en el seno mismo de la modernidad, en la medida en la cual, uno de sus principios fundamentales es la lucha contra toda clase de pensamiento replegado absolutamente sobre sí mismo. Eso implica revisar el proyecto no sólo desde Descartes o Hegel, sino desde los pensadores contemporáneos que intentan dar cuenta de aquello que los “primeros modernos” no “vislumbraron”. (4)

Uno de los logros fundamentales de una razón que además de científico-tecnológica es histórica es el de haberse percatado de que para alcanzar en la práctica los ideales modernos se debe transitar por su revisión constante, es decir, que debe mediar, tantear y re-posicionarse frente a la realidad social y sus tensiones. Así, la naturalización del discurso moderno que se generó con la Ilustración difícilmente puede hallar eco en un pensador moderno-contemporáneo, luego de la Escuela de Frankfurt y de autores como Nietzsche y Foucault que son el asidero epistemológico de nuestra propuesta para abordar el problema de la modernidad y su crisis.

Tenemos, entonces, que habitar en la modernidad crítica implica:

  1. Analizar los problemas del poder y los usos del mismo porque trastocan la convicción absoluta inicial moderna de la bondad inherente al ser racional;
  2. Problematizar la razón económica que se ha revelado en su cara netamente instrumental (modernidad económica imperante) obviando en la práctica los fines de la modernidad y, por lo tanto, desvirtuando a la modernidad política;
  3. Aceptar que el progreso continuo de la Historia se perfila como un Ideal Regulativo, que no implica la creencia de que el Progreso acontezca objetivamente y, por así decirlo, independientemente de la voluntad de los sujetos;
  4. Evaluar las consecuencias de la despersonalización del sujeto liberal, por la profesionalización y por los ritmos de trabajo industriales a los cuales está sometido, ya que ha puesto en crisis uno de los pilares fundamentales defendidos por la modernidad, a saber, el libre pensador.

La libertad guiando al pueblo (Eugène Delacroix, 1830)

 

Habitar en la modernidad crítica permite que se replantee el horizonte de acción del proyecto que es ejercido por hombres concretos y no por el curso de la Historia. Se trata de formarnos cada vez más en las virtudes ciudadanas demócratas inclusivas para erradicar los males de una modernidad mal resuelta en nuestros países Latinoamericanos cada vez más urgidos de libertad, igualdad y justicias concretas. Porque la modernidad es represiva y autoritaria cuando se ejerce como racionalización del sujeto, es decir, como modernización y no labra al ciudadano demócrata, al libre pensador, que luchará desde sus espacios por lugares comunes y puntuales de libertad.

Habitar en la modernidad crítica nos permite afirmar y distinguir que la modernidad es fundamentalmente represiva cuando en su práctica económica se disocia de los valores políticos modernos que la deberían sustentar, cuando en su práctica económica no promueve los derechos humanos que la justifican. Y es -precisamente- esa cara de la modernidad, la de la modernización, la de la modernidad economicista, la que no debe ser pensada como única posible, sino más bien, como una tergiversación del gran proyecto occidental moderno, a saber, que:

“Lo que mejor define la modernidad no es el progreso de las técnicas, ni el creciente individualismo de los consumidores, sino la exigencia de libertad y su defensa contra todo lo que transforme al ser humano en instrumento, en objeto o en extraño absoluto”. (5)


 

Referencias bibliográficas:

(1)TOURAINE, Alan; “Crítica de la modernidad”, México, FCE, 1994, p. 37. Para ahondar aún más: “. Estos siglos están dominados por los legistas, los filósofos, los escritores, todos los hombres de libros, mientras las ciencias observan, clasifican y ordenan para descubrir el orden de las cosas. Durante este período, la idea de modernidad -presente por más que la palabra misma todavía no exista- da a los conflictos sociales la forma de una lucha de la razón y de la naturaleza contra los poderes establecidos. No se trata tan solo de los modernos que se oponen a los antiguos, se trata así mismo de la naturaleza y hasta de la palabra de Dios que se liberan de formas de dominación fundadas en la tradición más que en la historia, formas que difunden las tinieblas que deberán disipar las luces de la razón. La concepción clásica de la modernidad es, pues, ante todo la construcción racionalista del mundo que integra el hombre en la naturaleza, el microcosmos en el macrocosmos, y que rechaza todas las formas de dualismo del cuerpo y del alma, del mundo humano y del mundo trascendente” (TOURAINE: 1994, P. 35)

(2) Idem, p. 18.

(3) Idem, p. 31.

(4) En cuanto a filosofía política se refiere “la tradición de la Ilustración corresponde a Locke, Rosseau, Kant, Hegel, Marx, Mill, Tocqueville y, en nuestros días, Jürgen Habermas, Charles Taylor y John Rawls”. WELLMER, Albrecht: “Finales de la partida: la modernidad irreconciliable”. Madrid, Frónesis, 1996. p. 41. Los críticos del proyecto moderno son denominados por Wellmer como modernos postmetafísicos.

(5) TOURAINE, Alan; “Crítica de la modernidad” op cit, 230.

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