En una situación tan compleja como la venezolana de estos días, urge tener algunas certezas para no perderse en la marea de análisis, escenarios y movidas políticas, en donde la mayoría de los venezolanos nos sentimos como piezas de un ajedrez que imaginamos que algunos juegan.
Muchos me han preguntado y se preguntan qué hacer si pasa una cosa u otra, que es el entendible síndrome del día después de un evento de importancia nacional. Esto lo hemos vivido ya exhaustivamente los venezolanos en los últimos años. Pareciera bastante simplona, y algunos pueden catalogar de ingenua, mi respuesta: yo voy seguir haciendo lo mismo, que es trabajar para que los venezolanos aprendan un oficio, puedan emprender y a través de eso puedan ser protagonistas de sus vidas, en un ambiente cada vez más complejo de un país que hace aguas por todos lados.
Para quienes no pertenecemos a ningún partido político ni tenemos ningún tipo de aspiración de poder, ese es el camino. Cada uno podría hacerse la pregunta y verificar la respuesta. Porque en última instancia trabajar es una forma de ir contracorriente, y emprender, mucho más aún. Recuerdo que cuando recibí el premio de Emprendedor Social del año de la Schwab Foundation en el año 2015, fue inevitable citar a Don Giussani para indicar el método que he aprendido: las fuerzas que cambian la historia son las mismas que cambian el corazón del hombre. ¡Lo que cambia a una persona también puede cambiar el mundo!Pero pocas veces creemos que es así.
“Muchos prometen períodos de cambio, nuevos comienzos, renovaciones portentosas, pero la experiencia enseña que ningún esfuerzo terreno por cambiar las cosas satisface plenamente el corazón del hombre. El cambio del Espíritu (Santo) es diferente: no revoluciona la vida a nuestro alrededor, pero cambia nuestro corazón; no nos libera de repente de los problemas, pero nos hace libres por dentro para afrontarlos; no nos da todo inmediatamente, sino que nos hace caminar con confianza, haciendo que no nos cansemos jamás de la vida.”
Esto, dicho por el Papa Francisco en la celebración de Pentecostés, este 20 de mayo de 2018, no sólo vale para los cristianos que creemos en el Espíritu Santo, sino que ofrece una perspectiva metodológica para todos los hombres que busquen tener una unidad personal y participar en la construcción del bien común.
Y el bien común es imposible construirlo si no partimos de lo que tenemos en común. Por más que el mundo lo intente, no podemos separar nuestro ser espiritual de nuestro ser social, no podemos separar la fe de la política (entendida ésta como servicio a las personas). Mi amigo Javier Prades ha escrito un artículo que es una joya sobre esto, y me sirvió de partida para el diálogo que tuve con una amiga musulmana que vive en Jerusalén. Tanto del punto de vista antropológico como religioso, hay mucho sobre lo cual trabajar juntos. Y si eso es posible, mucho más viable es hacerlo sobre temas sociales o políticos.
Y seguía el Papa Francisco diciendo que “Él (Espíritu) traerá su fuerza de cambio, una fuerza única que es, por así decir, al mismo tiempo centrípeta y centrífuga. Es centrípeta, es decir empuja hacia el centro, porque actúa en lo más profundo del corazón. Trae unidad en la fragmentariedad, paz en las aflicciones, fortaleza en las tentaciones. …. Pero al mismo tiempo Él es fuerza centrífuga, es decir empuja hacia el exterior. El que lleva al centro es el mismo que manda a la periferia, hacia toda periferia humana; aquel que nos revela a Dios nos empuja hacia los hermanos. Envía, convierte en testigos y por eso infunde amor, misericordia, bondad, mansedumbre. Sólo en el Espíritu Consolador decimos palabras de vida y alentamos realmente a los demás. Quien vive según el Espíritu está en esta tensión espiritual: se encuentra orientado a la vez hacia Dios y hacia el mundo.”
Así que tenemos una tarea importante para asumir con valentía, desde donde Dios nos ha puesto a cada uno, tal como decía el gran poeta anglo-americano T.S. Eliot en sus Coros de la Roca: “si los hombres no construyen, ¿cómo vivirán?”
Alejandro Marius