Por Denise Armitano Cárdenas
Dicen que antes de recibir el golpe fatal y estallar contra el piso, el último reflejo en las coloridas esferas de vidrio metalizado que decoraban los árboles de Navidad solía ser la figura de un gato. Cuentan también que, cansados de verse jaloneados, sacudidos, despeinados y derribados en las juergas y travesuras de los felinos, los pinos ‒naturales y artificiales‒ hicieron un pacto de magia con los abalorios destruidos por aquellos ataques sistemáticos. A partir de entonces, en cada Nochebuena, numerosos gatos desaparecieron misteriosamente. Al acercarse en ufana e irreverente actitud, su imagen era capturada y, con ella, el alma y cuerpo del animal quedaban atrapados en otra dimensión.
Hoy, el brillo del plástico ha sustituido al de los adornos cristalinos de antaño que aún sobreviven en buhardillas y en el mercado del coleccionismo navideño, para beneplácito de quienes aprecian el encanto del pasado y para el secreto alivio de los pinos modernos. Varios testigos han dado fe del poder de estos ornamentos, de los que los félidos domésticos rehúyen prudentemente. Hay quien asegura que, lejos del bullicio de nuestra contemporaneidad, se pueden escuchar maullidos quejumbrosos encerrados en las antiguas pero aún relucientes bambalinas.
“Trampas de cristal” es un guiño a la plétora de memes sobre gatos y árboles de Navidad, Este texto forma parte de Atrapanieblas, libro de la autora publicado en Editora BGR (2023).