Mariza Bafile
Izquierda y derecha son términos que en la actualidad suenan cada vez más obsoletos y reductivos. Sin embargo, en América Latina siguen teniendo mucha fuerza y una influencia que repercute en todas las elecciones.
Los movimientos que antes de la irrupción del chavismo podíamos considerar de centro izquierda y centro derecha, a raíz del cambio político que encabezó Venezuela, se han posicionado en los extremos anulando toda posibilidad dialéctica.
Hugo Chávez, persona de gran olfato político, se autodenominó de izquierda para mimetizar su pasado militar, hizo discursos que incendiaron la fantasía de unos cuantos rezagados que, a veces por interés, otras por convicción, le siguieron la corriente e impuso un régimen que de inmediato mostró las costuras entre lo dicho y lo hecho.
La palabra comunismo empezó a correr de boca en boca, en un revival tan patético como lo son los concursos de los sosias de Marilyn o de Elvis Presley. Algunos la pronunciaron con el entusiasmo del paraíso recuperado, otros con el horror que producen las peores pesadillas.
Los años fueron pasando y el chavismo, antes con el mismo Chávez y luego con su delfín Maduro, ha transformado un país otrora próspero, en una tierra de la cual emigraron casi seis millones de personas protagonizando uno de los peores éxodos de toda la región.
La caída vertical de la economía venezolana, la corrupción, la represión política y una creciente delincuencia han transformado la vida de los venezolanos en un vía crucis. Y, si bien en la actualidad ya no exista disfraz para el capitalismo que impera en esa nación, con una economía dolarizada, profundas diferencias sociales y grandes asimetrías regionales, en el imaginario general Venezuela sigue siendo un país comunista.
Un verdadero regalo para los movimientos políticos más reaccionarios que, enarbolando el espectro del chavismo y del desastre venezolano, alejan votos de cualquier candidato de centro izquierda en otros países de América Latina y del Caribe. Estrategia que obliga a los candidatos o presidentes más serios, quienes buscan una mediación entre la economía de mercado y la emancipación social, a declarar públicamente su rechazo hacia el gobierno de Venezuela.
Desde sus comienzos el chavismo arrasó con la izquierda moderada, moderna, de Venezuela antes y de América Latina después. Jugando con el poder del petróleo y aprovechando la necesidad ajena, Chávez usó la riqueza que en los primeros años de su mandato entró a raudales, para corromper y comprar alianzas internacionales, indiferente a los problemas irresueltos en su propia tierra.
Tras la estela de su éxito se consolidaron otros regímenes más o menos fallidos, antidemocráticos y violentos. El peor de todos, el de los Ortega en Nicaragua.
Los efectos dañinos del chavismo llegaron hasta los Estados Unidos, país en el cual, una nutrida comunidad de venezolanos, justificó el apoyo a Donald Trump con su cruzada anti chavista/comunista.
Las consignas, los slogans, son siempre más efectivos de cualquier razonamiento serio, así que el chavismo, el movimiento político que supuestamente representaba el gran “regreso” de la izquierda latinoamericana, en la realidad se ha transformado en el peor enemigo de los movimientos progresistas serios y ha sido útil solamente para alimentar el populismo, sea del color que sea.
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