La iniciación

Lilith la iniciacion
Lilith la iniciacion

—¿Te acuerdas de Isa, verdad? Te la presenté anoche.

Oigo su voz detrás de mí. Yo de pie pegada a su cuerpo, tapando su miembro erecto como un mástil.

¿Qué hace ella en la cocina de Marcos medio desnuda?

—Seguro que se acuerda de mí— contesta ella mirándome.

—Algo. Bebí mucho anoche, pero sí, me acuerdo— contesto a Marcos sin quitar los ojos del cuerpo de Isa.

La vibración de un teléfono interrumpe esta absurda escena felliniana, Marcos se seca las manos con la camiseta, se sube los calzoncillos, coge el móvil de la encimera y sale de la cocina.

—¿Qué tal? ¿Te quedaste hasta tarde ayer?

Vaya estupidez acabo de decir. ¿Qué me pasa, como es posible que no consiga decir nada interesante cuando estoy con ella?

Isa termina de tomarse el agua del vaso. Baja la mirada hacia su cuerpo y alargando los brazos muestra su camiseta blanca, lo único que lleva, y yo me siento aún más estúpida.

—Ya…¿Te quedas a comer?

—Me voy, hace calor aquí. Me voy a la playa con unos amigos. ¿Te vienes?

—¿Dónde has dicho que te vas? —Pregunta Marcos entrando en la cocina.

—Me marcho, me esperan —contesta acercándose a Marcos, le besa, se quita la camiseta y se queda desnuda delante de él.

La veo de perfil. La recordaba perfecta y así luce su cuerpo, perfecto, perfectas mamas, en su perfecto color rosa. Su vientre liso, es joven, desconozco la edad de esta jovencita con ganas de comerse el mundo.

Marcos, con una mano coge la camiseta y con la otra la agarra por la cintura, la acerca a su cuerpo y la besa. —Pórtate bien, niña.

Isa me recuerda a la joven que fui, la joven de la piel blanca, de culo y tetas firmes, la que se quería comer el mundo y decidió empezar aquella vez cuando solo tenía diecisiete años.

En el instituto me llamaban “bicho raro” por ser una pecosa pelirroja, hasta aquel día que se fijó en mí. Él. El más guapo y el más deseado por todas, Manuel…hasta el nombre mojaba bragas.

—Tengo que contar todas tus pecas.

Casi me atraganto con el zumo de la cafetería. Aún no sé si fue por lo que me dijo o porque era él quien me estaba hablando.

—Ven conmigo —

Agarro su mano y paseo por el comedor con todos los ojos incrédulos que nos seguían hasta la puerta.

Desde ahora lo que os voy a contar puede que no sea del todo la verdad, han pasado muchos años y no distingo bien los recuerdos de los hechos reales.

Lo que sí recuerdo bien son las emociones, el miedo, la curiosidad que sentí cuando comprendí que ya no quería echarme atrás.

Con la espalda pegada a un árbol del parque cerca del instituto, tengo su cara muy cerca de la mía.  Su pelo rizado largo y negro le tapa un ojo, su nariz larga y fina le da un aire de hombre seguro de sí mismo.

Hace frío, no lleva abrigo. No hablamos, no le miro. Mis brazos aprietan los libros y la agenda sujetos por una cinta elásticas.

—Podría pasar horas contando tus pecas. Pero no tengo tanto tiempo, así que me voy a inventar un número y cuando te pregunten si el número es correcto, tu dirás que te las he contado todas.

Se aleja de mi cara, se aleja de mi cuerpo, se va.

—No.

—¿No qué? —Se da la vuelta y vuelve a ponerse delante de mí.

—Tienes que contarlas todas, una a una.

Sonó como una orden. No sé de dónde me salió tanto valor.

—Jajajaja, ¿hablas en serio? —Me pregunta riéndose.

Tierra trágame, pienso. Ahora me va a dejar aquí como una estúpida e irá a contárselo a todos.

No me da tiempo a articular más pensamientos porque sus dedos empiezan a contar las pecas de mi cara. Levanto la cabeza para mirarle y sus labios se apoyan en los míos. Los dedos agarran mis mofletes, tan fuerte que tengo que abrir la boca por el dolor.

Su lengua se hace espacio en mi boca.

Con la otra mano baja la cremallera de mi abrigo, me obliga a soltar los libros que caen en la tierra húmeda.

Tiene la mano fría, el contacto con mi piel es como un fuego.

Mis pezones le reciben duros.

Su mano agarra mi teta, la estruja, la aprieta. Aplasta su cuerpo contra el mío. Empieza a frotarse, noto un bulto entre sus piernas. Empuja, me asfixia, no respiro con su lengua en mi boca. Intento alejarlo, no puedo, está fuera de control.

Su mano izquierda me levanta la falda del uniforme. Sus dedos pasean por mi vientre hasta meterse en mis bragas buscando el calor. Bajan por el monte de venus separando los pelos rizados, tienen prisa por llegar, por entrar en calor. Noto el frío acariciando mis labios vírgenes.

Mete un dedo, con el pie empuja mi pierna para que la abra y pueda entrar mejor.

La mano derecha abandona mi teta para dirigirse al culo.

—Vaya culo tienes, me entran ganas de chuparte entera.

Creo haber oído estas palabras o me las estoy inventando, ahora me agarra de la cintura y me da la vuelta. Levanta la falda y deja al descubierto mi culo enfundado en unas bragas de niña, rosa. Espero que no se haya dado cuenta.

Se arrodilla y empieza a lamerme el culo. Noto la punta de su nariz fría y su lengua que sube y baja hasta mi clítoris. Me huele, me aspira, me saborea, me da la vuelta una vez más y mi monte de venus desaparece en su boca.

Mis bragas caen al suelo juntos a mis libros, se levanta y sin mirarme empieza a desabrocharse el cinturón, los botones del vaquero y saca su polla gorda. Coge mi mano y la lleva hasta ella.

—Agárrala fuerte, aprieta, aprieta más. Me has excitado y ahora tengo que acabar. Sigue frotando, quiero correrme en tu mano.

—No.

—¿No qué? Sigue, me gusta, no pares…

—No quiero que te corras en mi mano.

Me doy la vuelta, apoyo mi cara en el árbol. Inclinando mi espalda le ofrezco mis partes desnudas. Me agarro, me abro, le miro.

Recuerdo algo de dolor tras la embestida, algo caliente que escurre por mi pierna derecha. Un líquido rosa, mezcla de un blanco leche y un rojo virgen.

Me limpio con un pañuelo de papel que mi madre rigurosamente pone en mi abrigo todas las mañanas.

Fue Manuel, sin placer, sin sentimientos. Sin saberlo me abrió las puertas y yo empecé a andar.

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