Isa

Isa

Cuanto más hablaba más se tocaba el pelo y yo no podía parar de mirarla.

Nos presentó un amigo en común que organizó una cena en su casa, de esas cenas que nunca sabes lo que te vas a encontrar o si deberías haber ido o no.

–Hola, soy Isa –me dijo.

Maldita sea la costumbre de cortar los nombres. Ella merecía ser llamada por su nombre entero, en la totalidad de su grandeza, porque nada más conocerla supe que iba a reservarle un gran lugar en mi vida.

No recuerdo si pude decirle algo más que mi nombre y dedicarle una sonrisa.

Vino tras vino, su luz cada vez resplandecía más y su pelo me embriagaba a tal punto que ya la veía en mis brazos.

Cuando se acercó para hablarme y preguntar de qué conocía a Marcos, le dije que habíamos sido amantes, y ella se echó a reír con tanto glamour que mi embriaguez pasó de ser por el vino a ser por su esencia. Nunca supe de qué conocía a Marcos.

Aún hoy creo que su interés por mí vino de mi contestación. Desperté su curiosidad sexual hacia mi persona sin saberlo.

Las agujas del reloj ya marcaban las horas de los amantes. En mi cabeza no cabía la idea de irme a mi casa sin ella.

Seguíamos hablando, o por lo menos ella, ya que yo seguía besándola con la mirada.

De ahí a encontrarme en la cama con ella pasó algo, algo que hizo que fuera ella quien me llevase a la cama de la habitación de Marcos.  Solo recuerdo que me susurró al oído y agarró mi mano, y yo la seguí.

Dejó cerrada tras ella la puerta de la habitación, la misma que no sé ya cuántas veces cerré yo antes de ponerme encima de Marcos y cabalgar sobre él hasta volverle loco de placer.

Seguía jugando con su pelo mientras mis ojos recorrían su cuerpo aún vestido, tumbado en la cama. Se reía y estaba ahí esperando que empezara yo el baile. Me acerqué y por un momento me entró el pánico, no sabía qué hacer con tanta belleza, tanta sensualidad.

Se levantó de la cama y vino a acariciar mi pelo, desde la nuca hasta las puntas.

Sin dejar de mirarme bajó los tirantes de mi top de encaje negro. Sabía que no llevaba sujetador y mis pezones se quedaron al aire en un instante.

Se me cortó la respiración y sentía vergüenza por mi pecho poco voluptuoso. Debía de haberse dado cuenta y en seguida bajó sus labios al pezón derecho y con una mano acarició mi pecho izquierdo. Me quedé bloqueada, no sentí mis latidos ni mi respiración. Lo único que noté fue un líquido  empapando mis bragas.

Era guapa y yo tenía la suerte de ser su víctima.

Sus labios descendieron besando todo lo que encontraban por el camino. Introdujo su lengua en mi ombligo provocando una risa por el cosquilleo.

–Estás viva, –dijo, y siguió besando mi vientre.

No sabía qué hacer, no sabía qué decir, le dejé hacer y decir porque todo me parecía correcto si lo hacía o decía ella.

Mis pantalones negros ya estaban bajados hasta los tobillos. Con elegancia me quitó las sandalias.

Para quitarme los pantalones me hizo sentar en la cama y ahí supe que ya no había vuelta atrás, me iba a hacer suya.

Sus manos acariciaban mis muslos, subiendo hasta mi vientre, apretando mis pechos, ella seguía vestida.

En mi cabeza una voz me decía, haz algo, quítale la ropa, bésala, bésala hasta quedarte sin aire.

Fue ella que se quitó la camisa, botón tras botón, sentada en mi vientre pude ver desde abajo la rotundidad de sus pechos y la excitación reflejada en sus pezones erectos.

Deseaba morder sus labios, sentir su lengua y lo que hizo fue tomar mi mano y llevarla hacia su falda. Moviendo mis dedos sobre el tejido de sus bragas húmedas.

Su largo pelo rubio cubría su cara y su cadera se restregaba sobre mis bragas cada vez más mojadas.

El vino, pensé, todo es culpa del vino. Mis sentidos nublados y mi deseo acentuado hicieron que agarrara su pecho con mis manos. Su piel tan fina, sus pezones rosas entre mis dedos.

Me senté en la cama y llevé mi boca hacia la suya y la besé.

Mi lengua buscó la suya y nos convertimos en un torbellino de sabores y sensaciones completamente extrañas para mí hasta ese momento.

–Isa –fue lo único que pude decir, seguido de un suspiro, y mis bragas se deslizaron hasta caer al suelo.

Ya no pude ver su cara, estaba entre mis piernas. Mis manos en su pelo.

Sus dedos, su lengua, buscaron nuestro placer. Por mis piernas sentí cómo se mezclaba su saliva con mi flujo.

Agarré su pelo para poder ver su cara. Sus dedos acariciaban mi clítoris y su lengua en mi fisura. Levantó mis piernas para poderme tener ahí delante de ella.

Jugaba con mi cuerpo y yo no sabía qué hacer, solo disfrutaba de su piel y de su boca.

No pude contenerme más, quise aguantar todo lo posible para seguir disfrutando.

Mi cuerpo se retorcía. Me dio la vuelta, me puso a cuatro patas y empezó a acariciar mi culo. Mi cara enfundada en la almohada deseaba estar entre sus piernas.  Su lengua seguía su cometido, sus dedos entraban y salían de mi coño.

Con mis manos sujeté mis nalgas y me abrí para poderme dar totalmente a ella.

El vino me hizo perder el control y exploté con un grito.

Se levantó y empezó a vestirse.

No sabía si sentir vergüenza o frustración por no haberle dado el mismo placer que me provocó ella.

Sin mirarme se fue y cerró la puerta a su espalda.

Me quedé unos minutos más sentada en la cama de Marcos que ya se había convertido en la cama de Marcos, de Isa y mía, cuando me di cuenta de que tenía que hablar con ella, decirle cuánto me gustaba y que era para mí la primera vez que una mujer me atraía tanto, por eso no supe que hacer y que me perdonara.

Cuando salí de la habitación, vestida y despeinada, la busqué entre las caras de las personas que se habían quedado, pero ya no estaba.

Me desperté en mi cama, mojada por mi sudor y con dolor de cabeza. Tenía que volver a verla.

 

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