Entre rezos y machismos

Manifestanteen la calle a favor de Bolsonaro.
Bolsonaro: ex militar de extrema derecha superfavorido para el balotaje

Casi la mitad de los votantes brasileños escogió a Jair Bolsonaro en la primera vuelta de las elecciones presidenciales. El discurso violento, machista, homófobo del candidato de extrema derecha, lejos de asustar a los electores, en particular a los más jóvenes, hizo mella en diferentes estratos de la población. Encendió el entusiasmo de los sectores económicos poderosos, de los terratenientes quienes ven en él un aliado para ocupar la tierra de los indígenas y destruir el pulmón verde de la selva amazónica; de una clase media asustada por la crisis económica y asqueada por los escándalos de corrupción que han envilecido a muchos políticos del Partido de los Trabajadores y, en general, de todas aquellas personas quienes, a lo largo de los años, han acumulado resentimientos y agresividad.

Sin embargo, aun así, Bolsonaro no habría podido lograr un resultado tan satisfactorio sin la ayuda de la iglesia evangélica, sumamente poderosa en toda América Latina pero sobre todo en Brasil. Basta pensar en la fuerza que tiene la iglesia Universal del Reino de Dios en San Pablo, verdadero imperio económico y editorial. Posee desde editoriales de libros hasta un semanario, La Folha Universal con un tiraje de casi dos millones de ejemplares, y una cadena de televisión, RecordTV, que es la segunda más importante del país. A este coloso del “business religioso”se une toda una red de pequeños templos que echan sus raíces en los barrios más pobres. En esas favelas, entre personas necesitadas de una ilusión, de una esperanza para sobrevivir a una cotidianidad hecha de privaciones y de violencia, siembran sus semillas de odio hacia toda innovación y construyen bases electorales que permiten a sus dirigentes la escalada al poder político y económico.

Los católicos, debilitados por los escándalos de pedofilia, mantienen todavía un poder fuerte en América Latina y, frente a batallas como el aborto o los matrimonios gay, se unen a las iglesias evangélicas y pentecostales, aumentando el número de personas que prefieren evitar los derechos en tierra por el temor de perderlos en el cielo.

La espiritualidad se aleja de su misión que debería ser la de elevar al ser humano, la cultura es considerada subversiva, los medios de comunicación independientes son atacados, los periodistas agredidos, amenazados y muchas veces asesinados, las redes sociales son utilizadas para difundir mentiras y difamaciones, y las sociedades se van masculinizando en el peor sentido de la palabra. En un terreno abonado por rabias, frustraciones, miedos y desilusiones crecen fácilmente las semillas del odio, de la violencia y de la intolerancia.

Las víctimas de ese machismo brutal y obtuso son las mujeres, la comunidad LGTBQ, los afroamericanos, los indígenas, los activistas ambientales y sociales, los inmigrantes y en general todos aquellos quienes tienen el valor de disentir.

Será muy difícil evitar la victoria de Jair Bolsonaro en la segunda vuelta electoral. En ese momento Brasil entraría en una época oscura que pronto llorarán muchos de quienes lo habrán votado bajo el impulso de la rabia, del deseo de revancha, del miedo. Sobre todo muchos jóvenes quienes no aprecian la suerte de haber nacido después de los años marcados por la barbarie de la anterior dictadura, esa que anhela sin pudor el flamante candidato electoral.

La tendencia hacia un mundo cada vez más machista, homófobo, xenófobo y racista no es prerrogativa única de América Latina. Crece en todas partes la oleada de políticos que claman la violencia y la intolerancia. En Europa, se fortalecen los movimientos nazistas y fascistas, en Estados Unidos peligran muchos de los logros obtenidos por las mujeres y la comunidad LGTBQ, sin hablar de una xenofobia creciente que toma matices de crueldad.

Es un momento difícil y peligroso que nos obliga a salir de nuestras esferas de confort y luchar. No es únicamente responsabilidad de las mujeres si bien sea importante que movimientos como #MeToo y #NiUnaMenos cobren más fuerza y que todos entiendan que no importa cuánto tiempo pase: una experiencia de acoso sexual, de violación o de intento de violación, marca a una mujer por toda la vida, y es justo que los culpables paguen.

La amenaza de los grupos políticos que basan su fuerza sobre odios y miedos, nos atañe a todos quienes creemos en los valores de la democracia, de la paz, de la inclusión. Es un reto que debemos enfrentar si deseamos vivir en sociedades justas y solidarias. Sociedades en las cuales cada ser humano tenga el derecho de existir y de ser respetado sin importar sexo ni preferencia sexual, raza o color de piel. Solo uniéndonos en un #UsToo podremos enfrentar el monstruo de la violencia con cara de Bolsonaro y de muchos como él.

Solo uniéndonos podremos enfrentar el monstruo de la violencia con cara de Bolsonaro y de muchos como él.