Más allá de la incertidumbre electoral, Italia transita una época especial de su historia: luego de la crisis económica que comenzó en 2008, se están viviendo situaciones que van modificando paulatinamente su sociedad. De forma creciente esta transformación se fortalece por la interacción de procesos internos y externos: las fronteras de Italia están en un punto de permeabilidad bidireccional que impone un esmerado análisis.
Dentro de las urgencias políticas, económicas y sociales que sitúan a Italia en un periodo de insoslayables decisiones estratégicas, existen dos particularidades de su actualidad que brindan optimismo a estas aspiraciones: a pesar de algunos evidentes síntomas de fragilidad, por un lado, Italia ha desempeñado correctamente muchas tareas vinculadas a la gestión humanitaria en el mar Mediterráneo, y por otro, la actuación de las fuerzas de seguridad ha demostrado ser efectiva en la lucha contra el terrorismo yihadista dentro de sus confines.
El prestigio que concede esta respuesta es un combustible irremplazable. La acumulación de desafíos ha acorralado a Italia; sobre una lenta recuperación económica, Roma avizora buscándose y solo en el Mediterráneo se desprende su reflejo. Desde el norte de África emergen la presión migratoria, el peligro del terrorismo yihadista, la alternativa energética y la expansión comercial, todo barnizado por un acomplejado sentido de la responsabilidad histórica.
En el este, Oriente Próximo, con menor intensidad, también empuja, y por encima, Rusia baja al Mediterráneo mientras Italia sube al báltico: cada uno olfatea el área de influencia del otro, más por contención que por avance en el caso de Italia. A pesar de ello, la primacía rusa en la provisión energética a Italia permanece intacta.
Al mismo tiempo, por el norte, Alemania mantiene esa solidez económica que le confiere un papel predominante en el seno de la Unión Europea. Y Francia, por su parte, acentúa su protagonismo político ante la marcha del Reino Unido.
Así entonces, en Europa Italia puede escalar posiciones por medio de la retirada británica, el acercamiento a Francia y el aprovechamiento de puestos claves; Federica Mogherini es la jefa de la diplomacia europea, mientras que Mario Draghi ostenta el cargo de presidente del Banco Central Europeo, y Antonio Tajani el de presidente del Parlamento Europeo.
En el mar Mediterráneo Italia se encuentra con su historia a la vez que con problemas y oportunidades; más profundamente en África, de entre todas las circunstancias señaladas, se deja ver un desafío y una oportunidad no menos importante: la República Popular China.
La conjunción de todos estos acontecimientos alrededor de Italia ha estado moldeando su reacción: constreñida por su presente, Roma atraviesa su pasado para encontrarse con su futuro; sin caer en pueriles pretensiones neocolonialistas, tendrá que decidir si se conforma con ser un pívot geopolítico o se propone convertirse en un jugador geoestratégico.
Si la política exterior italiana consigue que se vayan cosechando gradualmente las respuestas que impone el actual contexto, el resultado en forma de potencia indiscutible del mar Mediterráneo garantizará la continuidad de este progreso. Con este propósito, deberá trabajar codo a codo con la amplia gama de actores en la zona: desde socios a rivales, pues todos ellos son un poco lo uno y lo otro. Una política exterior sagaz hacia el sur, significa ir de oeste a este, esto es, impulsarse desde una alianza cooperativa con España y una competitiva con Francia, hacia las relaciones contradictorias con Rusia y Turquía como destino, todo lo cual puede compactar el liderazgo de Italia en la región.
Augusto Manzanal Ciancaglini
Politólogo