El Congreso

trenes

La multitud grita. Ella baja primero de la limousine. Aunque baja bruscamente sus modales no entorpecen la ropa elegante que la viste. Después baja él, impetuoso, con su traje de general retirado. Lanza una frase corta y el pueblo brama.

El tren está preparado para la partida. Suben al vagón oficial. Detrás de ellos, la cohorte se acomoda en las lujosas butacas del servicio Pullman.

La máquina pita tres veces. El humo de la locomotora se expande en el aire como un mapa blanco de la república. Los motores rugen rítmicamente y las vías comienzan a marcar el destino. Viajan a la tierra de San Martín. Viajan al Primer Congreso Nacional de Filosofía.

El rector de la universidad y las autoridades provinciales esperan, ansiosos, en los andenes de la estación. A lo lejos se ve el humo negro de la máquina que ha recorrido los kilómetros entre Buenos Aires y Mendoza. El tren llega en el horario previsto. La puntualidad es otra marca de la eficiencia del Estado Nacional.

El general y su esposa descienden del tren. La multitud, agitada y presurosa, los ovaciona. Un auto negro y brillante los traslada a la universidad. El conjunto de filósofos aplaude ante la aparición de ella y del presidente. Las gradas del anfiteatro albergan a intelectuales de todo el país y del mundo. Es el último día del Congreso.

La primera dama se sienta en un lugar de privilegio. El presidente se acerca a la mesa principal y saluda con un fuerte apretón de manos al filósofo Carlos Astrada. Una mirada los une. Carlos Astrada se pone de pie y mide la distancia entre su cuerpo y el cuerpo del general. El filósofo está orgulloso del Congreso y siente que la presencia del presidente le otorga el halo irrepetible de una figura estelar. El general sonríe y mira hacia todas las direcciones. Los flashes inundan la escena.

El apretón de manos dura unos pocos segundos. Pero el gesto silencioso se expande en la historia. El apretón de manos guarda un secreto escondido en los pliegues de la historia.

El general se sienta. Se acomoda en la silla. Acerca el micrófono. Carraspea. Todas las miradas atentas esperan el discurso del presidente de la Nación. Perón toma el papel. Corre los anteojos hacia arriba. Dice: Señores miembros extranjeros del primer Congreso Nacional de Filosofía. Un silencio magnífico recorre la amplia sala de la universidad.

Fabián Soberón

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