El gobierno turco se fortalece a través del golpe militar fallido, ha iniciado una gran purga y expone su deriva autoritaria con una multitudinaria manifestación de apoyo en donde se habla de reinstaurar la pena de muerte. La concentración se abrió con el himno nacional, lecturas coránicas y el despliegue de pancartas que mostraban a Erdogan flanqueado por Atatürk, el padre de la Turquía laica y Mehmed II, sultán que tomó Constantinopla.
Otra vez pone en riesgo sus vínculos estratégicos como ya habían hecho con Rusia e Israel, las insinuaciones caen muy mal en Washington y la reacción ante la asonada lo hace alejar de la Unión Europea. Pero Ankara suele tensar la cuerda sin sobrepasar límites irreparables.
El inicio de la reconciliación entre Turquía y Rusia ya había comenzado; el oportunista Erdogan expresó sus condolencias y pidió perdón por el derribo, en octubre del año pasado, de un cazabombardero ruso. Putin, por su parte, llamó al presidente turco tras el atentado suicida en el aeropuerto de Estambul.
La ruptura de las relaciones ha perjudicado económicamente a ambos: Turquía pierde 9.000 millones de dólares al año a causa de las sanciones, especialmente con el veto a la exportación de productos alimenticios y el impacto negativo al turismo, al igual que con la paralización de las concesiones a las constructoras turcas en Rusia y del proyecto de cooperación con Moscú para construir un gasoducto en Anatolia.
El transporte de gas natural hacia la Unión Europea empuja también a Rusia a darse cuenta que está acosando a una pieza clave, además de ser su segundo mayor consumidor de gas y la principal sede de los activos extranjeros del mayor banco de Rusia, el estatal Sberbank.
De igual manera, se normalizan las comunicaciones entre Turquía e Israel, las cuales estaban suspendidas desde 2010 por el incidente de la flotilla en el que murieron 10 ciudadanos turcos. Restablecer esta alianza de décadas es asimismo imprescindible; tras el descubrimiento de ingentes reservas de gas en aguas de Egipto, Israel necesita buscar una conexión con Turquía para negociar la construcción de un gasoducto entre el yacimiento gasístico Leviatán, en aguas territoriales israelíes, y suelo turco, donde enlazará con la red de conducciones de energía que fluyen hacia Europa.
El poco cuidado de los contactos más esenciales ha caracterizado al Partido de la Justicia y el Desarrollo de Erdogan, una agrupación que se expresa mediante varias contradicciones: un carácter islamista que choca con el consenso de un Estado fundamentado en la laicidad, su enemistad con el Partido de los Trabajadores de Kurdistán mientras se mantiene lazos con Hamás, las facilidades dadas a la entrada de petróleo del Estado Islámico en tanto que Turquía es su víctima más frecuente o la disposición a ocuparse de los refugiados sirios a cambio de dinero proveniente de aquellos europeos que lo enfurecen admitiendo el genocidio armenio.
En Armenia, y principalmente, en el enfrentamiento entre Nagorno Karabaj y Azerbaiyán, se constatan las desavenencias económicas y geopolíticas con los rusos, como en Gaza con los israelíes. Pero la interrupción de ambas relaciones bilaterales favorece a rivales de Ankara como los kurdos de Siria o Irán.
La imposible tarea de compaginar la gloria otomana, el islam y la modernidad aspirante a ser Europa, genera desconfianza y ambigüedad, lo que impide la pragmática confirmación de erigirse como un puente de civilizaciones.
La incoherencia de la “Sublime Puerta” es la tensión entre dos mundos al mismo tiempo que la oscilación entre aspiración de potencia regional y dependencia del extranjero. Las dos turquias se disgregan y se condensan, a la vez que se derriten por el gas.
Augusto Manzanal Ciancaglini
Politólogo