Explorar la teoría para mejorar la práctica

Si a usted le dicen que mentir también es comunicar, ¿qué pensaría? Recientemente, escuché a una estudiante de Comunicación Social, en la Universidad Católica Andrés Bello, hablar sobre eso. La joven dijo que sí, en efecto, decir mentiras también es una forma de comunicar, tanto como decir verdades.

Argumentó su posición de la siguiente manera: los políticos, las empresas, organizaciones con distintos fines y las personas en muchas oportunidades dicen mentiras, y obtienen sus objetivos. ¿Estas prácticas ocurren? Qué duda cabe de ello, pasan a cada instante. Son frecuentes las quejas con respecto a las mentiras de gobernantes, o aquellas referidas a publicidades que no muestran algún dato significativo acerca de lo que venden.

Claro, a veces omitir algún dato no es mentir (es difícil expresar toda la información), y tampoco serían mentiras las interpretaciones que se hacen según un punto de vista particular. Por ejemplo, si un medio de comunicación con una línea editorial religiosa transmite la idea de que Dios condena ciertos comportamientos, ¿es eso mentir o es otra cosa? ¿Miente una película que narra una historia fantástica de viajes en el tiempo? ¿Miente un enamorado cuando hace una hiperbólica poesía de las virtudes de su objeto amoroso? Aclaremos el término para esta disertación: entenderemos que mentir es hacer pasar por verdadero aquello que se sabe falso o que se piensa falso, y hacer esto de forma consciente y voluntaria.

Pues bien, si mentir es comunicar, tanto como decir la verdad, ¿qué es la comunicación en sí? Le sorprendería saber a la joven de la anécdota que coincide en lo básico con el gran Umberto Eco (☩), semiótico italiano quien definió su ciencia como la que estudia cualquier cosa que pueda usarse para mentir (Tratado de Semiótica General). Eco describió la capacidad humana de usar señales socialmente codificadas (palabras, por ejemplo) para establecer entre dos o más personas un entendimiento mutuo de una situación, incluso cuando en un proceso de verificación esa idea compartida se probase falsa. Dentro de esta concepción, el umbral mínimo de la comunicación es el intercambio de informaciones de acuerdo a una convención social, el famoso axioma emisor – mensaje – receptor (algunos añaden canal y contexto). Pero, ¿y si comunicar fuese algo más que el simple envío de señales simbólicas?

En otras exploraciones teóricas, uno puede encontrarse con el investigador venezolano Antonio Pasquali, quien definió comunicación como la generación de sentido comunitario entre dos o más personas a través de intercambios de signos. Pasquali, en su concepto, descarta que el envío de información desde una autoridad a un subalterno obligado a obedecer sea en verdad comunicación, y tampoco considera comunicación aquellos escenarios en los que hay conversación pero la misma está tutelada y restringida para algunas de las partes. Por lo tanto, para esta teoría, no todo intercambio de palabras es comunicación, sino aquellos que refuerzan el sentido de comunidad con la participación libre y autónoma de las partes.

¿Hay sentido de comunidad entre un cínico y un engañado? ¿Tienen un sentido similar de las situaciones un mentiroso y la persona que cree en sus palabras? Así las cosas, mal podría decirse que mentir es comunicar.

¡Atención! No es tan fácil. ¿Qué se diría de la persona que acaba creyendo en su mentira y deja de ser cínica? ¿Y si la persona dice una mentira deseando el bien ajeno y es honesta en su intención? ¿O si se trata de obviar una parte de la verdad y resaltar otra, como en el caso de algunos productos comerciales? ¿Qué decir de las aseveraciones no comprobables, como las éticas o relacionadas con la fe? Estos enredos podrían ser usados para justificar que se eviten los debates y se acepte la definición más sencilla, aquella que dice que cualquier intercambio de palabras, de imágenes y gestos, si se produce el efecto deseado, es comunicación, pero tal posición no respondería a las múltiples realidades de un objeto de estudio que parece ser más complicado que eso.

Queda, entonces, solo la opción de seguir andando, leyendo, conversando y pensando, con la esperanza (no vana) de que la reflexión de las ideas mejore nuestras prácticas comunicativas que, al fin y al cabo, tienen repercusiones en nuestras vidas y en las de los demás.

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